Querido Giovanni...
qué extrañas son estas horas del día, cuando la voluntad del espiritu se ve doblegada ante la debilidad del cuerpo.
Mi querido amigo... su condición no tiene nada que envidiarle a la mía entre las tres y las cuatro y media de la tarde... Pero no es éste el motivo que me ha traído hasta aquí, el papel que tengo enfrente y usted sostiene ahora, paradójica simultaneidad del género epistolar, si no más bien otro que ya no recuerdo de tanto poner comas para acotar cosas al margen que se me van ocurriendo mientras le escribo.
Que gran vicio la retórica que queriendo enriquecer nuestro discurso no hace más que empobrecerlo. Pero aún así, amigo mío, y estimo que en esto Usted estará de acuerdo, no debemos despreciar la digresión, ya que ese espacio que nos aparta por un momento de lo que veníamos diciendo, nos adentra en lugares más interesantes, aunque muchas veces más para nosotros que para quienes nos escuchan ansiosos de retomar el hilo de la conversacion si estamos en verano, o la lana si está un poco más fresco.
Mi querido Giovanni: me distraje.
Me quedo con la reflexión acerca de la simultaneidad que ofrece la escritura, ese tiempo común entre escritor y lector, que tengo la suerte de compartir con Usted.
Le envío un caluroso abrazo (al parecer usted tiene buenos contactos alli donde se encuentre. Tenga mi agradecimiento por ello).
Manuel
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